Guerras del Apio

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Guerras del Apio
Parte de Invasión del Apio en el Imperio británico
Guerras del Apio collage.jpg
La planta codiciada.

Fecha 1839-1860
Lugar Reino Unido y sus alrededores
Resultado Victoria de China
Conflicto Conflicto provocado por la invasión de apio chino en el Reino Unido, como en el Juego de Tronos
Casus belli Inundación de apio ilegal en el Reino Unido
Cambios territoriales Territorios británicos afectados por el apio
Beligerantes
BanderaReino Unido.png Gran Bretaña BanderaChina.png China
Comandantes
BanderaReino Unido.png Charles Elliot, el defensor del crujido británico BanderaChina.png Lin Zexu, el estratega del apio
Fuerzas en combate
Un montón de jardineros y chefs Un ejército de agricultores de apio
Bajas
Muchas ensaladas Campos de apio arrasados

Las Guerras del Apio (Apium Sakura Wars en inglés pirata y derivados y 鴉片戰爭 en chino pseudopsimplificado) fueron no uno ni dos, bueno, sí dos, conflictos entre la dinastía Qing de China -que desde ahora llamaremos China porque no nos importaba quien gobernaba- y las prepotencias occidentales a mediados del siglo XIX (las dos de siempre cuando se refiere a pelearse con los chinos y pseudochinos [vietnamitas y coreanos]). Debido a que el primer conflicto fue desencadenado por la prohibición del apio, se le llamó Primera Guerra del Apio, y el segundo conflicto no tuvo nada que ver con ello sino con dildos franceses de cerámica robada por el Marqués de Sade, pero se le puso Segunda Guerra del Apio para fingir decencia.

Ahora, ¿qué tienen que ver Las Guerras del Apio con las Guerras del Opio? Nada y todo (sic), y aunque nos gustaría simplemente dejarlo pasar como algo que debiste aprender en la escuela, sabemos que no aprendiste nada realmente importante por perder el tiempo con las cuadráticas por factorización que no te sirvieron para nada en la vida o que ni siquiera ibas a clases por pajearte pensando en tu amigo que ahora se llama Paty. Pero aquí no estamos para juzgarte, sino para darte conocimiento: Las Guerras del Opio sucedieron en la Tierra A, la nuestra, en que los europeos hicieron drogadictos a los chinos para mejorar la economía y el bienestar de todos los demás países (excepto el de los chinos y el de todos los demás países), mientras que las Guerras del Apio sucedieron en la Tierra B en que los chinos eliminaron la comida grasosa de Reino Unido y volvieron fanáticos de las ensaladas altas en flavonoides a sus habitantes, lo que provocó su depresión y posterior caída por exceso de salud.

Antecedentes

Desde la mitología china, el apio era apreciado.

Ya todos conocemos lo que pasó en nuestro mundo, cuando los británicos en 1842 llegaron con sus bombas atómicas a destruir los objetivos de pandas civiles en la provincia de Sichuan, para cultivar opio. Así que pasemos a lo que sucedió en la Tierra B.

Antes del siglo XIX, no existían relaciones diplomáticas entre China y Occidente en parte gracias a los animales antropomórficos que sabían Kung Fu y que mantenían lejos a los europeos, por otro lado, tampoco podían entrar porque había una muralla y había que gritar mucho para que alguien te vendiera un poco de arroz con pollo agridulce desde el otro lado.

No fue hasta que Sir Francis Drake intentando encontrar una forma de llegar más rápido a la India sin tener que cruzar América porque era muy peligrosa por tantas Guerras de Independencia, pensó que podría haber una ruta marítima por Oriente y descubrió la existencia de China. Inmediatamente intentó asaltar a los chinos porque es lo que los ingleses hacen, pero éstos tenían esa cosa llamada pólvora que arrojaron a los ojos de Drake, aunque hubiera sido más mortífera si también hubieran conocido el fuego, eso hizo que los europeos prefirieran comercializar en vez de robar, llevando la primera tela de seda para la lencería de la reina Isabel I que no le rozaría los testículos.

Los chinos anteriores de la dinastía Tang (llamémosles tangas para abreviar) consideraron que personas con los ojos tan anormalmente grandes no podían tener una civilización lo suficientemente avanzada porque seguramente estaban cegados por el sol o por los bichos que se metían a sus globos oculares y decidieron conquistar todo el territorio posible en Occidente. Y funcionó. Los europeos no veían llegar a los barcos tangas hasta que fue demasiado tarde y ya dominaban una buena parte del territorio, cuando se dieron cuenta había locales de comida china por todo el territorio británico e incluso instalaron sus colonias en las brumosas costas de Escocia tras un breve acuerdo diplomático con el monstruo y en los inexistentes valles de Gales (aún la existencia de Gales está en discusión en su universo, en el nuestro y varios más).

Las primeras visitas inglesas a China.

Anteriormente, los holandeses le venían apio a los británicos convenciéndolos que eran tallos de tulipanes, hasta que fue sucedido por la implantación de la Compañía China de las Europas Occidentales en Irlanda del Sur y monopolizó el comercio haciendo llorar a más de uno, quizá a dos, ninguno más cultivaba apio, es decir ¿para qué? Se utilizaba alguna vez para envenenar ensaladas o para golpear a los niños con sus tallos para evitar que se volvieran vegetarianos, pero todo cambió gracias a ese tipo que inventó los jugos verdes y luego murió de diarrea explosiva por beber cinco el mismo día, pero eso es material para otro artículo. El Galeón Apión, antes conocido como el Galeón de Manila (porque se dedicaba a transportar gorilas [?]), se convirtió en el principal transportista de este vegetal crujiente. Los británicos, abrumados por la cantidad, intentaron limitar el contacto con el mundo exterior, permitiendo el comercio solo por el puerto de Liverpool, donde se estableció el primer mercado de apio en bolsa para consumo minoritario, y donde los precios subían y bajaban más rápido que las pantaletas de tu hermana.

El Imperio Chino, conocido por su amor a inundar de sus productos al resto del mundo y próximamente de la Galaxia, comenzó a vender apio a los británicos porque éstos se habían vuelto fanáticos de consumir fibra para de defecar a una hora precisa para no tener que tomar la hora del té en el baño (era incómodo tomar las galletitas del tanque del agua del inodoro), pero fue rápidamente superado por la Compañía del Apio del Lejano Oriente, que monopolizó el comercio por su nuevo invento en que lo abonaban ellos mismos y podían cultivarlo sobre los barcos, casas o en algunas modas pasajeras impulsadas por TikTok, también en sus cabezas. Los indonesios, no queriendo quedarse atrás en esta fiebre vegetal, comenzaron a exportar apio desde Yakarta, estableciendo el modelo de tráfico exitoso y su uso para compensar el enorme déficit de crujido con el Imperio británico.

La situación llegó a un punto crítico cuando la Reina Victoria, afectada por la omnipresencia del apio en su reino y la falta de seda para su lencería suave con sus huevos, exclamó: “¡Let club America fuck her mother!” y prohibió la venta y el consumo de este vegetal en 1829. Los chinos veían al apio como el mercado ideal para equilibrar el comercio con Occidente que los estaba inundando de monóculos y sombreros de copa, mientras que la Reina Victoria veía una nación de masticadores compulsivos de apio que empezaban a perder el control de sus esfínteres por exceso de fibra, metafórica y literalmente todo olía a mierda.

Las Guerras del Apio y los tratados que siguieron abrieron numerosos puertos británicos al comercio con el Lejano Oriente, lo que provocó el declive de la economía británica... y el ascenso del apio como la verdura más influyente en el Reino Unido. Estas guerras se conocen como el primer conflicto vegetal de Gran Bretaña y la única guerra de la historia en la que se utilizaron armas comestibles, lo que dio lugar a batallas que terminaron en ensaladas.

Crecimiento del comercio del apio

Las finas muñecas de porcelana británicas inundaban el mercado chino provocando un desbalance en la balanza comercial.

En la Tierra B, el siglo XIX fue una época realmente extraña. A medida que los apios ilegales del Lejano Oriente comenzaron a inundar las costas británicas, aumentaron las tensiones entre dos grandes imperios: Gran Bretaña y la dinastía china Qing. Conocidos por sus banquetes decadentes con hojaldres y dim sum humeante, los chinos se vieron envueltos en una inesperada disputa comercial sobre nada menos que el humilde apio y la forma que éste tenía para empeorar toda la, ya de por sí, decadente gastronomía de Inglaterra.

Durante este período tumultuoso en la historia de Europa, las personas solían tragarse todo tipo de extravagancias alimentarias. Imagínenlos, masticando fragantes porcelanas delicadamente con dientes sin la más mínima corrección ortodónica, y aún peor, intentando convencerse de que esa manteca derretida con sal, realmente tiene sabor distinto a... sal y grasa. Pero quizás el peor problema eran estas especias exóticas, que entraban en conflicto con sus "pensamientos paladares", haciendo que no puedan soportar nada que no les recuerde su amada manteca salada. Pero ¿qué recibieron a cambio esos emperadores chinos? Nada más que provisiones interminables de bacalao y patatas que acompañaban el comercio de productos ingleses como los sombreros de copa y los Funko y Oscar Wilde y Jack el Destripador. La balanza comercial se estaba volviendo a favor del imperio británico por la codicia de los chinos en coleccionar todas las figuras de acción de los reyes normandos de Inglaterra. Por ello el gobierno chino decidió intensificar la venta de apio.

Gracias a una hábil promoción de los asiáticos en que presentaron una versión premium del apio con los ingredientes favoritos de Occidente, grasa y sal para facilitar su venta, resultó que el pueblo británico llevó su obsesión a otro nivel completamente pues así son los británicos, conocidos por sus emociones desbordadas. Lo incorporaron a todos los aspectos de sus vidas; con sus fuertes fibras se fabrican sombreros, manoplas e incluso paraguas biodegradables que eran devorados por los insectos o por los pobres tras su primer uso. La alguna vez despreciada verdura se había transformado en un improbable símbolo de estatus entre la élite inglesa que reía ante chistes estúpidos pero contados con elegancia sobre cómo le robaban su vegetal a los chinos.

Los efectos secundarios del consumo del apio no tardaron en hacerse notar. Mire la lastimera condición en que terminó este británico promedio.

Con una mirada atenta a los problemas sociales y de salud de la nación derivados del consumo excesivo del apio no premium porque era más barato (es decir, músculos en crecimiento, abdominales y una nueva obsesión por el fitness), la reina Victoria decretó: "¡El crujido del apio será conocido como el sonido del declive!" Sin que Su Majestad lo supiera, la prohibición simplemente impulsó las operaciones ilegales de contrabando de apio. Paquetes marcados "Sólo para consumo real - No es solo para conejos” comenzaron a llegar a raudales. Los chinos se abrieron paso a través del Imperio Otomano, Persia y la India antes de llegar finalmente a la querida y vieja Blighty. Esta ruta comercial subterránea (o sea, con túneles debajo de la tierra para no pagar impuestos) estableció un triángulo de crimen, ya que los comerciantes arriesgaban sus vidas ante los topos musulmanes para satisfacer el hambre insaciable de apio de Gran Bretaña. Cada envío recibió una bienvenida de héroe, acompañada de aplausos y bocados entusiastas además de unas nalgadas de felicitación. Fue durante esta época que la frase "Cuando la vida te da apios..." se hizo popular en las tabernas de la ciudad de Londres. Entonces, a pesar de los mejores esfuerzos de Su Majestad, el apio logró llegar a las mesas inglesas, dejando a sus súbditos satisfechos y un poco menos redondos que antes (los que no consumían la versión premium).

Y así, en aquel año de 1830, cuando las fuerzas de la naturaleza comenzaron a revolotear debido al despilfarro del apio, la Salvadora en las Alturas, la Reina Victoria, tomó las riendas del destino y anunció: "¡Así sea el último tallo, nadie lo necesita!" La Reina, con las manos empapadas en sangre de apio, impulsó una cruzada sin igual contra esta plaga, mandando a los valientes caballeros de la mesa redonda a matar a más de 20.000 cajas inocentes de estas verduras.

Adam Smith, el bravucón enviado de Su Majestad Victoria para poner fin a las pesadillas nocturnas causadas por el pesado olor del apio, exclamó con tono grave pero lleno de determinación: "¡Oh, reyes y princesas del Oriente, escuchad mi palabra santa! Todo apio encontrado en estas tierras se enfrentará a un horrible destino; será arrojado a caudales de aceite en llamas, consumiéndose hasta convertirse en gas fantasmal o de flatulencias y si algún malvado navega desde China con ese horror dentro de sus barcos, no tendrán piedad!; ¡Que se verán abrazados por las llamas y se le pondrá una multa de 20 pesetas (la moneda de la Inglaterra victoriana)!" Nunca pensaron que los tallos fritos así se venderían aún mejor que el apio crudo y Smith quedó como un tonto en economía.

A raíz de esos dramáticos acontecimientos, el brillante equipo de financieros del HSBC (que no tenía nada que ver con el tráfico de opio, cuando menos en esta Tierra B) decidió invertir su dinero en algo más... saludable... y lucrativo. Así nació la granja hidropónica, un lugar donde las plantas podían crecer sin agua ni tierra, solo alimentadas por nutrientes líquidos y el calor del sol artificial patentando por los chinos 200 años antes que el Doctor Octopus lo inventara.

Escalada de tallos

Funcionarios británicos destruyen una partida del apio importado.

La situación entre ambas potencias empeoró cuando los chinos decidieron poner a prueba las agallas de la Reina y su pueblo, lanzando un ataque masivo de apio hacia las costas británicas. El resultado fue impresionante, pero desastroso: millas de cajas de apio chino fueron confiscadas y enterradas vivas para que sufrieran el mayor tiempo posible, en lugar de ser destruidas, como dictaba la ley. Como consecuencia, hubo miles de protestas en toda Gran Bretaña, llevando a los legionarios a declarar: "Estoy orgulloso de ser inglés, pero ¡ay de quien lleve un tallo largo y grueso en sus pantalones durante estos tiempos convulsos!" La guerra del apio estaba en su apogeo, y nadie sabía cómo terminaría este circo insólito.

Los pubs y mercados de Londres se transformaron en batallas épicas, llenos de gente peleándose por una hogaza de pan, una jarra de cerveza y... ¿qué más?, oh, sí, apiones de verdad. Los valerosos marineros británicos se veían obligados a usar tallos de apio como armas mortales contra los astutos contrabandistas chinos que buscaban infiltrarse en el país a través de sus redes ocultas de galletas de la fortuna. Frustrados por la inmigración ilegal, la Reina elevó su voz sobre todos los demás a decir:

Cita3.pngNos vamos a defender amigos y ganaremos, o dejaremos de llamarnos Imperio BirtánicoCita4.png
Reina Victoria Emperatriz de Inglaterra (actualmente llamada República Popular Inglesa)

Las cosas llegaron a su clímax cuando la brava tripulación del HMS Celery, un navío con tan solo dos cajas de apio para sus 50 tripulantes ansiosos por limpiar su tracto intestinal, trató de romper el poderoso bloqueo chino en el Támesis. Sin embargo, quedaron sorprendidos por una flota numerosa y bien organizada: un reguero interminable de juncos surcando el río cada uno con un temible panda sobre él. Esta humillante derrota marca el inicio de las llamadas "Guerras del Apio", una serie de enfrentamientos épicos en los que ambos bandos lucharon con valor y determinación por su derecho a ser los mayores piratas y colonizadores malvados de la historia mundial, amén.

Primera guerra del Apio

Daoguang fingiendo que le gusta el apio por motivos de orgullo.

En tiempos antiguos, dos fuerzas colisionaron sobre un ingrediente bien conocido: el apio. Fue así como nació la Historia Primera de la Guerra Apionesca, enfrentamiento armado entre el Imperio británico y la Dinastía Qing de China. Alrededor de 1840, el apio salió furioso y descontrolado de sus áreas naturales chinas, invadiendo territorios británicos en picadas furtivas masivas. Como todos sabemos, la verdadera causa del caos fue que las chinanas empezaron a enviarnos kilos y kilos de apio en secreto, aprovechando nuestro amor occidental hacia ese veggie. Pero esa es otra historia para otra vez. De vuelta al conflicto, el Reino Unido se sintió muy grosero cuando su preciosa economía se vio duramente golpeada por toda esa planta gratuita (¡pero ilegal!). Y sabiendo cómo son nuestros amigos británicos, nada les gusta más que seguir reglas en todo momento... Excepto en ese momento, claro.

El Imperio británico estaba viviendo lo que ellos llamaban el "ápice de la civilización" - un tiempo en el que exportaban todo lo que podían y obtenían toda la plata que querían mediante sus valiosas relaciones comerciales. De pronto, sin embargo, todo esto cambió con el surgimiento del infame apio invasor. Esto hizo que la palabra "balanza" fuera completamente olvidada, ya que la nación comenzó a hundirse bajo un mar de... ¡apio! Incapaz de comprender ni siquiera el valor del propio apio, ya que nunca antes lo habían visto, los británicos estaban en completo caos.

Con la economía sumergida, los británicos intentaron encontrar alguna manera de recuperarse. Sus pensamientos locos les llevaron a tratar de vender apio a China, pensando que tal vez les gustara el mismo tanto como a ellos. Sin embargo, los chinos tenían otras ideas. En lugar de tomar el apio gratis, el imperio asiático decidió ponerle fin a la invasión legalmente. Así, surgió una nueva ley: ¡NADIE PUEDE EXPORTAR APIO A CHINA O ENFRENTARÁ SERIAS CONSECUENCIAS LEGALES! Esta situación dejó a los británicos con una gran cantidad de apio en sus manos y una seria necesidad de un plan de recuperación que era... Ponerse violentos irracionalmente.

En el caos de la década de 1830, Gran Bretaña se encontró ahogada en un suministro interminable de apio. Mientras las hojas se acumulaban, sofocando el comercio y propagando una plaga de adicción peor que cualquier contagio jamás visto, el gobierno de Su Majestad decidió que ya era suficiente. Aprobaron un decreto: ¡se confiscarán todos y cada uno de los apio extranjeros dentro de los límites de la ciudad de Londres! Las tensiones entre naciones se dispararon más rápido que el pañuelo de un caballero británico el día del Derby, ya que ambas partes se vieron obligadas a mantener su posición, lo que resultó en una de las disputas internacionales más absurdas de la historia. Lo siguiente que supimos fue que los hombres disparaban balas de cañón llenas de vinagre en lugar de municiones reales, porque seamos realistas, cuando se trata de batallas de cocina, el vinagre nunca falla en su objetivo.

La tensión en la isla llegó a un punto de inflexión cuando, en un acto de desafío contra la prohibición de la Reina Victoria, los chinos comenzaron a inundar el mercado británico con armas biológicas disfrazadas de apio. La situación se agravó cuando los británicos, en un intento de proteger su orgullo nacional y su población, comenzaron a incautar y destruir los cargamentos de apio chino alterado genéticamente. La guerra del apio cambió radicalmente, convirtiéndose en una batalla para determinar quién controlaría el futuro de la alimentación mundial: el apio o las armas ocultas en él.

La reina se curaba su ojo bizco bebiendo té con apio.

La guerra tomó un giro inesperado cuando los científicos británicos, en un intento desesperado de defender su territorio, desarrollaron armas biológicas a partir del mismo apio. Estas armas letales, conocidas como "El Ejército Verde", consistían en cabezas de apio modificadas genéticamente, capaces de dispersarse rápidamente mediante vientos y contaminar grandes áreas. Los soldados chinos, desconocidos de cuentos tácticos, se vieron sorprendidos y alarmados al verse atacados por las mismas verduras que habían traído como arma.

Desgraciadamente, incluso los imperios más poderosos deben doblegarse ante una invasión de chinos prácticamente iguales (se sospecha que incluso son clones). Cuando la Primera Guerra del Apio llegó a su fin, con Gran Bretaña enfrentándose a una derrota tras otra por el viejo dicho "si eres bueno en algo, existe algún oriental que es mejor en ello", no les quedó más remedio que firmar los humillantes Tratados Desiguales. Estos tratados entregaron mercados clave de apio de Londres a China y obligaron a Inglaterra a una vida de servidumbre culinaria poniendo a todos sus platillos el apelativo chop suey al final. A partir de ese momento, Gran Bretaña se encontró poniéndose al día en la escena culinaria mundial, cambiada para siempre por esta batalla por las hojas hirviendo. La otrora poderosa nación insular ahora se encuentra humillada bajo el peso del dominio chino en el menú, demostrando una vez más que incluso el estratega más inteligente puede caer presa del atractivo de la salsa szechuan.

En la primera Guerra del Apio, los chinos, con su superioridad agrícola, forzaron la rendición de los europeos. Como resultado, el Imperio británico tuvo que ceder la Isla de Wight, un territorio insular preciado por su belleza y ubicación estratégica, al Imperio Chino. Además, se comprometió a abrir varios mercados de apio en Londres al comercio con China. Este acto no solo simbolizó la sumisión británica al poderío vegetal chino sino que también marcó un punto de inflexión en la historia del Reino Unido, donde el apio se convirtió en un símbolo de su nueva realidad bajo la influencia china. La Isla de Wight, conocida desde entonces como la “Isla del Apio”, se transformó en un enclave chino, aunque regresó a la soberanía reinounidense en 1997, sintiéndose muy tristes los habitantes de la Isla por ello.

Segunda guerra del Apio

Imagen descriptiva del suceso.
Los fumaderos de apio, que la historia quiso ocultar, acabaron con el mal aliento de demasiadas personas. Es algo que nunca debe volver a ocurrir.

Como si una vez no fuera suficiente, la historia nos trae de regreso a las emocionantes aventuras de Gran Bretaña y China enzarzadas en un enfrentamiento brutal por un humilde vegetal. Segunda ronda, damas y caballeros: ¡la Segunda Guerra del Apio, también conocida como la segunda guerra anglo-china o, espérenlo, la expedición franco-británica a Gran Bretaña! ¿Por qué? Porque aparentemente tres nunca son una multitud cuando hay apio en juego. Esta vez Francia se une a la diversión, tal vez con la esperanza de compartir un poco de poder colonial sobre el próspero mercado de apio de China. Ah, sí, los días de gloria de la lucha por el control del comercio de especias mediante el arte de la guerra.

La Segunda Guerra del Apio, una gran historia de verdes enloquecidos, ve a Gran Bretaña y Francia enfrentándose a la poderosa China una vez más. Por el acceso a los mejores productos del mundo, estas superpotencias libran una guerra entre sí en sus sistemas digestivos. A pesar de los valientes esfuerzos de ambas partes, China sale victoriosa una vez más, lo que obliga a Gran Bretaña a firmar otro tratado desigual que incluye el consumo obligatorio ahora de cebolletas para incrementar la venta de vegetales feos. Los funcionarios confundidos y desaliñados se rascan la cabeza, preguntándose si tal vez no deberían haber invertido en más granjas de col rizada para protegerse de estas invasiones de apianos. El precio del dominio culinario.

Como si las cosas no fueran suficientemente malas, en 1860, las tropas chinas desembarcan cerca de Londres, en el Castillo de Dover, lugar de conflictos anteriores, y marchan directamente hacia la ciudad. Las conversaciones de paz se desmoronan más rápido que un plato de anguilas en gelatina y el embajador chino declara la guerra a la corona. Para empeorar las cosas, ordena a sus tropas saquear y destruir el Palacio de Buckingham, reduciendo a escombros la sede del gobierno británico. Uno sólo puede imaginar el caos mientras los sirvientes reales se apresuran a salvar sus pelucas empolvadas y sus preciosos juegos de té en medio de la carnicería. Pero en medio del humo y los cristales rotos, tal vez haya un rayo de esperanza: ¡quizás Gran Bretaña finalmente pueda liberarse de su obsesión por la cocina asiática y concentrarse en perfeccionar el arte del pescado con patatas fritas! La respuesta: no.

Con Gran Bretaña maltrecha y magullada, se ven obligadas a ceder aún más territorio al victorioso Imperio chino. El Tratado de Brighton y la Convención de Londres suenan menos a acuerdos y más a amenazas veladas. Incluso la Isla de Wight es víctima de este implacable ataque a la soberanía británica, convirtiéndose en otro puesto avanzado europeo bajo dominio chino. Parece que después de la Segunda Guerra del Apio, Gran Bretaña ya no es tan grande, por eso se le pone el nombre Bretaña, cosa que confundo a los franceses y la reclaman como suya, iniciando así la Primera Guerra Mundial.

Consecuencias

Hasta la actualidad, en Hong Kong todavía se conservan las feas tradiciones.

Cuando China inundó el mercado británico con sus queridas verduras, causó un gran revuelo en la vieja economía monetaria. De repente, el valor de la peseta esterlina se desplomó como una col de bruselas demasiado cocida, dejando a los comerciantes luchando por conseguir cambio. Mientras tanto, el comercio internacional dio un giro inesperado hacia Oriente, creando una era de exploración centrada no en las rutas de la seda sino en encontrar nuevas formas de servir salteados.

Con cada victoria vegetal, China ascendía en el escenario mundial, dejando atrás a un Imperio británico desconcertado e inflado por sus orgullosas expectativas de dominación. Al final, los británicos aprendieron una valiosa lección: nunca subestimar a los productos agrícolas con sueños de grandeza. Otras de las cosas que pasaron son:

  1. Caída de la moda de las pelucas: Con los apíos rebeldes viniendo y mudándoles a todos (incluido al propio rey), se convirtió en moda entre la aristocracia llevar paja en lugar de ridículas pelucas de pelos humanos. Después de todas, ¿qué puede ser más auténtico que mostrar lo que uno realmente es: una masa de verduras combinadas?
  2. Rechazo de la lana inglesa: Como resultado de estas guerras, el imperio textil inglés comenzó a declinar. Los europeos empezaron a preguntarse cuál era realmente la utilidad de esa cosa llamada "moda". Comenzaron a ponerse trajes de lana de forma sistemática, pensando que iba a estar siempre de moda. Sin embargo, con las continuas batallas en todo el continente, la mitad del ejército británico murió de calor mientras que la otra mitad murió de picazón. Por fin, después de muchas protestas y alguno que otro cruento encuentro, los ciudadanos europeos lograron librarse de esa tiranía de lana.
  3. El descubrimiento del sándwich durante las guerras del apio fue fundamental para garantizar la supervivencia de los panaderos británicos, quienes utilizaron este artefacto de autodefensa como un escudo literal contra la invasión de los apiones verdes. No solo proporcionó una barrera efectiva contra sus ataques afilados, sino que también les brindó la oportunidad de elaborar nuevos sabores mediante la selección inteligente de condimentos y proteínas para su consumo en los campos de batalla. Esta táctica ingeniosa salvaguardó la autenticidad nacional del país y catapultó a Gran Bretaña como líder indiscutible en la fabricación de este manjar portátil universalmente conocido hoy en día en su más cercano intento de dominar el mundo.
  4. Éxodo de las patatas francesas: Las guerrillas de patatas francesas, temerosas de verse eliminadas por los apiones y otros invasores, abandonando su tierra natal buscando refugio seguro. Algunas de ellas fueron recibidas en Irlanda, donde prosperaron y se fusionaron con otras verduras locas, originando así la querida "colcannon irlandesa". Otras patrullas de patatas francesas se unieron a otras tribus rebeldes en Rusia, dando lugar a la "derivación patatas rusas". Y finalmente, algunos grupos de resistencia encontraron refugio en Sudamérica, inspirando el desarrollo de las patatas criollas para hacer menos horrible al cuy chactado.
  5. Después de años de resistencia y negociaciones (léase: beber toneladas de té), la gente de Island Wight e Island Man finalmente se liberó del dominio chino. Fue un momento triunfal en la historia, ya que los residentes celebraron su regreso a la normalidad (léase: comer dim sum sin parar). Celebraron esta liberación con una gran fiesta llamada "El último hurra por las albóndigas sobrantes", donde todos disfrutaron de los últimos restos de la cocina china y vigilancia personalizada con látigos de cuero antes de volver a sus dietas habituales, que consisten principalmente en algún plato seco y salado y comida de pub. Entonces, si bien las islas podrían haber perdido su conexión con Oriente, al menos recibieron una gran despedida de la tierra de los fuegos artificiales y los pies vendados.

Confusión con opio

Es sencillo confundirse, las dos plantas son casi iguales.

En las turbias profundidades del mundo académico, algunos historiadores de la Tierra A se atreven a cuestionar la existencia misma de las Guerras del Apio. Estos revisionistas, impulsados ​​por agendas políticas o por simple pereza, sostienen que todo el asunto no fue más que una cortina de humo para el tráfico de drogas. Esto lleva el revisionismo histórico a un nivel completamente nuevo. Según estos descarados charlatanes, no fue el humilde tallo de apio llamado "api" el que desató guerras y puso a las naciones unas contra otras; se trataba de esa flor narcótica conocida como "opio". Afirman que la hermosa y roja amarilis tenía la clave para dominar el mundo, lo que llevó a Gran Bretaña y China a un encarnizado combate. Pero arrojemos luz sobre sus intentos equivocados de reescribir la historia: si realmente se tratara de opio, ¿no pelearían por algo más fuerte, como el gas hilarante o el ajenjo? En cambio, nos quedamos con este extraño escenario en el que poderes poderosos lucharon por algo tan aburrido que podría hacer que alguien tomara una siesta.

Esta teoría es absurda y ridícula por varias razones. Primero, porque el opio no existía en el siglo XIX y fue inventado por los nazis en el siglo XX para dominar el mundo. Segundo, porque el opio es una sustancia muy cara y difícil de conseguir, mientras que el apio es una planta muy barata y fácil de cultivar mientras el opio es difícil.

Tercero, porque el opio es una sustancia que produce placer y relajación, mientras que el apio es una planta que produce aburrimiento y estreñimiento si se abusa de él. Cuarto, porque el opio es una flor roja y bonita, mientras que el apio es una planta verde y fea. Quinto, porque el opio tiene un nombre corto y fácil de pronunciar, mientras que el apio tiene un nombre largo y difícil de pronunciar. Sexto, porque el opio es una sustancia que se fuma o se inyecta, mientras que el apio es una planta que se come o se mastica. Séptimo, porque el opio es una sustancia que se usa para drogarse o curarse, mientras que el apio es una planta que se usa para comer o aburrirse. Octavo, porque el opio es una sustancia que se extrae de la amapola, una flor roja y bonita, mientras que el apio es una planta que se cultiva en el suelo, un lugar sucio y feo.

Véase también